Soy adicta, y tú también

Publicado el 8 de enero de 2024, 13:18

Si te zampo “Soy adicta, y tú también”, quizá una vocecita interna dirá: Lo serás tú, guapa. Pues sí, lo soy, por eso escribo y comparto este texto. Pero no voy a hacer un desglose de mis adicciones varias, si no este texto se titularía más bien “Confesiones de una adicta”. Que bueno, que también será. Sigamos.

Puedo observar y sentir como las mayores de las adicciones es a la de evitar sentirse. Nos aterra sentir. No queremos sentir porque si lo hiciéramos sentiríamos también todo el dolor que albergamos en nuestro interior. Entonces, me tomo el café por la mañana, que sino no puedo arrancar, y luego otro y otro más. Si fumo, pues cigarrito también durante el café, para no sentir mi cuerpo. Que vaya día más intenso, me enchufo a la televisión y desconexión. Que tengo unos minutos libres, chute de dopaminas en redes sociales. 

Que llega el finde, pues la agenda hasta arriba de planes, no vaya a ser que pare y me sienta. Mira hace falta limpiar, arreglar, ordenar lo que sea de la casa, y sino me invento poner una lavadora, o salir a comprar eso que no me hace tanta falta, o apuntarme a ese curso que tampoco me flipa pero así ocupo mi tiempo libre en algo, o venga a echar horas al trabajo, y lo de preocuparme por cosas futuras que están fuera de mi control ese también arriba en el pódium.

Quedamos con personas, con grupos de personas, contamos las anécdotas del último viaje, lo pesado que es mi jefe, la última pelea con mi pareja, lo dramática que es mi madre, vaya tiempo de mierda que hace, o mira el gobierno de turno que mal lo está haciendo, y ahora qué mal todo con el covid otra vez. Y oiga, ahí estamos con la adicción a la queja, echando la culpa afuera. Qué gustito ese de no hacerse responsable uno de su propia vida, ¿eh?

Un día una mujer, madre de dos, trabajadora independiente, que me compartía su vida, me dijo: “Yo necesito a salir a correr todas las mañanas, sino no puedo tirar con el día”. A priori hacer deporte es una actividad saludable, estamos de acuerdo, pero en el momento que dice “Lo necesito cada día” ahí hay algo que chirría. A mí me viene a la cabeza: ¿De qué estás huyendo? Porque una cosa es que te haga bien correr, lo es, se generan hormonas de las buenas, pero otra cosa es que sino no puedas llevar el día.

Había algo ahí, de una rutina estresante, llena de obligaciones, de una sobrecarga emocional, que la llevaba al precipicio del colapso y que sentía estaba sobrecompensando con la descarga hormonal del deporte. Pero llega un día, porque llega, que ni el deporte tan sano en apariencia consigue equilibrar lo que está profundamente dañado, que por mucho que corras ya no puedes huir de ti misma.

Ya, ya me confieso. En mi vida he tenido dos grandes adicciones: al sufrimiento y a buscar algo malo en mí. De estas se han ramificado otras decenas de adicciones varias y diarias, inconscientes y conscientes. De las dos me estoy quitando, porque es un proceso largo esto de cambiar hábitos. Porque una adicción es un hábito, una actitud, un pensamiento, una emoción que llevas repitiendo mucho tiempo. 

Y para mí detrás de una adicción lo que existe es una evitación a ti mismo, una huida de ti mismo, una desconexión profunda de ti mismo, y una irresponsabilidad para contigo mismo. Que vale, que somos seres humanos, y yo también. Un poquito de esto y un poquito de aquello tampoco pasa nada, hay que vivir claro. Sí, licencia para ser un ser humano y vivir con su dosis justa de toxicidad. Venga, sigamos.

Fui tanto tiempo adicta al sufrimiento, que el día que lo identifiqué, no daba crédito. ¿Cómo me he hecho tantísimo daño a mí misma durante tanto tiempo? Y para seguir sumando me empecé a sentir profundamente culpable. Esta es otra: la adicción a la culpabilidad. Y ya para cerrar la triada de adicciones y hablarlo en otro texto: EL VICTIMISMO. Ahí dejo la pelota y sigo.

Mi adicción condicionaba mi vida, no me permitía avanzar, venía engalanada de actitudes, pensamientos y experiencias variadas que se reflejaban en mi realidad con una profunda tristeza y un profundo sentimiento de soledad. El día que me hice cargo de verdad, dolorosamente responsable de verdad de lo que acontecía, y observé profundamente mi vida, pude ver que no sabía vivir si no había entre un poquito y mucho sufrimiento, y sino había, pues lo creaba yo misma.

El día que me liberé de mi adicción, me sentí vacía. ("El día" es una licencia poética, fue un proceso -y sigue siendo- que ni sé cuantificar). ¿Qué hago ahora con todo este tiempo-energía que ya no dedico a sufrir (preocuparme, quejarme, maltratarme, victimizarme)? ¿Qué hago con todo este vacío en mi interior? Esto es una segunda parte que compartiré algún día. Cuando te liberas de la adicción y un mundo de oportunidades y libertad se te pone por delante, y entonces qué pasa: aparece nuestro amigo el miedo.

Te invito a reflexionar, ya que has llegado aquí, a mirar esa parte adicta que hay en ti, esa parte que no quiere sentir, que no quiere mirar el dolor. ¿Igual es la adicción a estar siempre bien, a estar pendiente de los demás y olvidarse de ti mismx, a estar preocupadx por el futuro, a no saber decir que no, a no decir lo que realmente sientes por miedo, a conformarte con un trabajo-pareja-situación por no creer que puedes avanzar y ser feliz, a estar formándote continuamente para ser mejor (¿profesional, persona, madre, pareja?), a contar las calorías, al qué pensarán, al qué dirán, a autoexigirte más y más cada día?

En esta ocasión también te invito a comentar por aquí, o por dónde te apetezca, me encantaría saber qué piensas sobre lo que aquí expongo. Es un asunto para mí delicado, ser vulnerable y exponerme, pero ya no quiero huir más de mí misma, me quiero, así también con mis sombras. ¿Y tú qué piensas, crees, sientes?

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