Soltar, mucho se habla de soltar. Para mí soltar hasta ahora había sido sinónimo de sufrimiento. Decir adiós no es fácil, tampoco voy a decir difícil, ahora prefiero decir desafiante. Y si nos atrevemos a vivir el desafío, con todo lo que ello conlleva, si nos atrevemos a entender que lo que nos lo pone difícil precisamente es resistirnos, podremos ser capaces de ver que lo que hay detrás es miedo. ¿Vas a dejar que el miedo te impida ser libremente tú?

Una vez te atreves -porque es un atrevimiento para osados, valientes, otrora incluso locos a ojos ajenos- a ver el miedo, los miedos, empiezas a ver una leve luz, al principio, que después traerá una gran y sorpresiva recompensa. Me atrevo -cuánta osadía en tan poca línea- a vislumbrar la recompensa, en forma segura de aprendizaje. Cada persona en su propio tiempo y únicas decisiones. No voy a ser yo quien generalice, pero sí puedo atreverme a afirmar que cuando te atreves a atravesar el miedo, la vida te trae mucho crecimiento de vuelta.
Ay el miedo, viejo amigo del ser humano. Lo que ocurre es que el miedo no nos deja ver, nos paraliza, nos resistimos, vivimos en conflicto, en incoherencia, en un "no sé qué hacer", y a veces ni qué pensar, ni qué sentir, y mucho menos qué decir. Si te quedas ahí puedes crear una suerte de ilusorio fuerte donde agazaparte. Puedes construir un castillo de razones que sostenga durante un rato la ilusión. Pero no, vivir con miedo no es una opción. Los seres humanos estamos destinados a nadar en este mar de emociones, que incluye nuestro viejo amigo el miedo y a aprender que detrás del miedo está la vida, está el amor.
¿Y qué pasa si nos quedamos agazapados en el miedo? Poca sorpresa en este punto: Pues que sufrimos. Nadie quiere sufrir. Y tampoco nadie quiere sentir el dolor de la perdida. Decir adiós a una persona, a un trabajo, a una casa, a una ciudad. Ya sea por circunstancias de la vida o decisiones propias, decir adiós se nos hace muy cuesta arriba. Te encuentras en este punto que no sabes qué es más doloroso si irte sin despedirte o mirar de frente a todo lo que implica decir adiós. Pero en el fondo, sabemos -lo sabes, cierra los ojos, pregúntate, sabes que lo sabes- lo que hay que hacer para dejar de sufrir, dolerse, y liberarse.
Empiezo a entender que la vida se mece cual balancín en un constante ciclo de despedidas e inicios, de muertes y nacimientos, de dolor y alegría, de miedo y amor. Porque donde hay miedo no puede haber amor he logrado vislumbrar. Porque donde hay dolor no puede haber alegría he logrado entender. A veces coexisten, somos humanos, sintientes, no máquinas cuadriculadas, pero llega un punto en el que hay que decidir.
O decides libre y conscientemente, o la vida decide por ti. Tú eliges. ¿Estás dispuesto a sentir lo que estás sintiendo y dar paso al siguiente capítulo de tu vida? ¿Estás dispuesto a darte la oportunidad de un renacimiento? ¿Estás dispuesto a entender la vida con sus cambios?¿Estás dispuesto a aceptar y jugar con los cambios de la vida? ¿Estás dispuesto a aceptar la vida en toda su magnitud?
Llevo meses, sino años, sintiendo que estoy cerrando una etapa de mi vida. Cuando creo que estoy a punto de cerrarla, pasa algo que me pone de nuevo en un lugar de cierre. Siento estar viviendo en una constante de cierres al que no veo fin. Hace unos meses tuve que decir adiós a un trabajo que ya no me hacía feliz. No es sólo el trabajo me decía al principio, son las personas con las que he compartido, son mi familia, algunos son como hijos que he visto crecer personal y profesionalmente, por los que aposté, creí, sostuve, animé a creer y a crecer.
Llegó el día que me atreví a escribir una carta de despedida. Por un lado, sabía que una vez escribiera esa carta, sintiera el dolor de la perdida, llorara, ya no habría vuelta atrás. Por otro lado, no quería sentir ese dolor. El trabajo, las personas, las rutinas, todo ello formaba parte de mí, formaba parte de mi identidad que dejaba atrás. Cuando dices adiós, también te despides de una parte de ti, que se resiste a irse porque cree va a morir.
Si ya no soy todo eso que me decía quién era yo: ¿Ahora quién soy? ¿Quién seré? Sí, de alguna manera es una muerte, una muerte de tu ego. Ahora empiezo a entender algo, aún lejano, que es integrar esa parte que se va en tu nueva vida. No es decirle hasta nunca, es decirle quédate conmigo de otra manera. Es una invitación a quedarte con lo que sí funciona y a transformar lo que ya no funciona. En realidad no sé muy bien cómo hacerlo, estoy aprendiendo.
Decir adiós es un momento de confusión y dolor, ahora empiezo a vislumbrar que aceptar y abrazar el cambio me hace el camino más fácil. Y por ahí voy, sintiendo el dolor, aceptando lo que es como lo mejor que podía ser, dando gracias a la experiencia vivida, amando esa parte de mí que se atrevió a vivirla, amando a la que se está atreviendo a dejar atrás y armándome de paciencia y compasión -gran, gran desafío- a explorar el nuevo, desafiante y emocionante camino sin mapa más el de saberme en el buen camino.
¿Cómo sé que estoy en el buen camino? Porque se siente, lo siento, cuando paras la mente, escuchas al cuerpo, se siente. Y como decía antes, llega un punto que toca decidir, y yo sabía que la decisión estaba tomada. ¿Será eso soltar? Cuando tomas una decisión, la tomas. Las decisiones te liberan, te ponen en un nuevo camino, nuevas acciones, nuevos resultados, nueva tú. ¿Te atreves a ser libremente quién has venido a ser?
Añadir comentario
Comentarios