Póngame una etiqueta que me quite este dolor

Publicado el 5 de octubre de 2023, 21:13

He buscado incansablemente alguna etiqueta que me ayudara a entender quién soy y sobre todo que respondiera a una pregunta: QUÉ ME PASA. Incansablemente e infructuosamente he de confesar ya tan temprano, haciendo spoiler de esta historia. Ninguna de mis psicólogas-terapeutas jamás me colocaron una etiqueta, y a día de hoy les estoy profundamente agradecida.

 

 

Cuando era niña básicamente pensaba que estaba loca, y así poco a poco esta idea se fue convirtiendo en un miedo profundo que ha estado gobernando, inconsciente y dolorosamente, toda mi vida.

De jovencita simplemente - igual no tan simplemente - pasé por la etapa de tengo depresión y la astrológica: es que soy escorpio. Bueno, estos dos hechos sí son reales, pero esto lo contaré en otra publicación. Ahora vamos al lío: que qué me pasa.

El primer trastorno que me auto-encasqueté fue el de alexitimia a mis tiernos primeros veintes. Oh yes, la alexitimia es la incapacidad para identificar, reconocer, nombrar y describir tus propias emociones y sentimientos. Por aquella época empecé a percatarme de que, literal, no sabía qué sentía y, obviamente, mucho menos tenía capacidad para expresarlo o ponerle nombre. Ahora ya sé que eso se llama trauma, pero de nuevo, lo dejo para otra publicación.

Aquel diagnóstico anduvo conmigo un tiempo. Hasta que me convencí que eso "de sentir" era cuestión de práctica y empecé a bucear en la búsqueda de otro tipo de respuestas. Yo lo que deseaba era entenderme, pues me sentía cual bicho raro en casi cualquier lugar en aquella época. Y por supuesto, si soy un bicho raro, es que hay algo malo en mí que tengo que cambiar.

Así que me adentré una y otra vez, obsesivamente en mi búsqueda, y como me gusta decir, le di a todo: astrología para principiantes, lecturas de Jodorowsky, de Osho, descubrí el eneagrama y a mi amigo Borja Vilaseca (él no lo sabe todavía, pero estoy segura que algún día esta amistad será mutua). También devoraba blogs sobre psicología, sin orden ni estructura he de decir. A cada crisis, tiraba del repertorio que por aquellos tiempos un internet sin redes sociales me ofrecía.

Y el que busca… encuentra. Y lo que me encontré fue un agujero negro del que salía y entraba como el que va al súper cada semana. De cada crisis, ciertamente, salía más reforzada, más fuerte, más segura de mí. De cada crisis, brotaba algo dentro de mí que me hacía seguir confiada e ilusionada. Llamémosle amor. Como escribir siempre era mi cobijo, y con cada crisis mi vena creativa se disparaba esto es algo que producía cierta satisfacción. Vamos a dejarlo aquí.

Siguiendo con las etiquetas, en esa búsqueda constante, me topé con Eleanor, otra amiga mía, que me presentó a las PAS: Personas altamente sensibles. Al fin dejé los trastornos de lado, y esta vez me ubiqué en un rasgo. Parece que no hay nada malo en mí, me dije. Un rasgo en el que me sentía 100% identificada, en el que encontré muchas respuestas que me hicieron vivir con cierta tranquilidad durante un tiempo. Me reconcilié con mi sensibilidad, por primera vez dejé de verlo como una enemiga, y la empecé a ver como un don. 

Gracias a esta reconciliación con mi sensibilidad, la búsqueda en este momento de mi vida vez es más terrenal. Me comprometo a cuidarme más, a comer mejor, a hacer deporte. Pero la búsqueda continúa: Descubro el mindfulness, el hoponopo, el reiki. Y a todo, absolutamente todo, le dedico muchísimo tiempo y muchísima energía. Y así la espiritualidad llega a mi vida en diferentes formas, que me hacen entender que el camino está en amarse a una misma.

Pero la vida sigue, decía. Y después - aquí hagamos una gran, gran elipsis temporal- decido subir de nivel en mi búsqueda desesperada de etiquetarme para entenderme. Tras sentirme identificada con un personaje de una serie, OJO, empiezo a creer que lo que a mí me pasa es que tengo Trastorno Límite de la Personalidad. Y como siempre: me obsesiono, investigo, leo, escucho. Durante semanas no hago otra cosa que tratar de confirmar esta etiqueta. Porque claro, hay algo malo en mí que tengo que cambiar.

Yo ya estoy absolutamente convencida, respiro aliviada otra vez, ya solo falta que un profesional lo confirme. Y por supuesto, toco a las puertas de alguien para que “me lo mire”. Y por fortuna (gracias Esperanza), mi nueva psicóloga nunca me etiquetó ni con esto ni con nada.

¿Que qué me pasa? Pues no me pasa nada, lo único que me pasa es que siento todo. Sentir todo no es malo, ahora lo sé. De hecho es un hermoso don, pero como todo don, conlleva una gran responsabilidad que hay que estar dispuesta a asumir. Ahora lo estoy, estoy dispuesta, estoy aquí compartiéndome, ya no busco, ahora encuentro. 

Ahora ya sé que no hay nada malo en mí. 

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